Una de nuestras mejores experiencias es bajar al estanque. Vas por una pendiente rodeada de vegetación de todo tipo, con flores y perfiles marcados por el sol, en cuyo fondo se ve el agua.
Cuando llegas empiezas a ver los peces y te sientes sumergido, como ellos, en la naturaleza.
Esta sensación persiste después en el campo, según cambias de ambientes, ya sea la huerta, los frutales, el territorio de las gallinas y nuestra zona de bosque.
Puede parecer por la descripción que es muy grande el terreno, pero no es así, es muy diverso, de forma que cada vez que cambias la vista le ves una coherencia natural distinta.
El campo, cuando conocimos la casa, estaba abandonado, lleno de zarzas y ciruelos de muchos años a los que se les caían los brazos. Había desgraciadamente heridas del abandono, hogueras, botes, pozos muy viejos a los que se les caían las piedras, y el viejo horno, en el que antes se cocía el pan del pueblo, también en un estado de degradación muy alto.
Es muy deseable el regreso a la naturaleza, como hemos hecho, pero que nadie piense que es un paseo vacacional, hay que trabajar mucho para que la naturaleza vuelva a florecer con todas sus posibilidades. ¿No te apetece hacer tu propio reto?